Modelar el barro tiene algo de milagroso. Así lo vemos quienes nos dedicamos a esto. Te da el poder de crear y de transformar tu creación en materia imperecedera. De lo moldeable, blandito y mojado, al calor extremo, y luego suavemente a la fría superficie vidriada que será para siempre. Y cada pieza es única. Lo es realmente. Como las emociones y el anhelo con los que la creaste. Qué manera más hermosa de impregnar un trozo de barro del latido que hay en ti, que a través de tus manos, del calor que desprendes y del color de ese día, durante ese minuto en que el barro deja de ser barro y toma vida y sentido. Por eso cuando paseo la vista entre las piezas que reposan en la galería, las identifico pensando, ah! aquella azul, la del día de lluvia, o esa tan redonda, de cuando pensé en ti. Como cualquier obra que nace partiendo de una emoción, cada pieza habla de ella misma, porque no podría ser de ninguna otra manera. Son únicas e irrepetibles.
Modelar el barro tiene algo de milagroso. Así lo vemos quienes nos dedicamos a esto. Te da el poder de crear y de transformar tu creación en materia imperecedera. De lo moldeable, blandito y mojado, al calor extremo, y luego suavemente a la fría superficie vidriada que será para siempre. Y cada pieza es única. Lo es realmente. Como las emociones y el anhelo con los que la creaste. Qué manera más hermosa de impregnar un trozo de barro del latido que hay en ti, que a través de tus manos, del calor que desprendes y del color de ese día, durante ese minuto en que el barro deja de ser barro y toma vida y sentido. Por eso cuando paseo la vista entre las piezas que reposan en la galería, las identifico pensando, ah! aquella azul, la del día de lluvia, o esa tan redonda, de cuando pensé en ti. Como cualquier obra que nace partiendo de una emoción, cada pieza habla de ella misma, porque no podría ser de ninguna otra manera. Son únicas e irrepetibles.